sábado, 27 de octubre de 2012


Erase una vez, uno de los tantos paréntesis que hace la eternidad.
Sin manual de instrucciones para caminar, en cambio un extenso historial de erratas que se suman a lo largo de la interminable sucesión del Sol y la Luna. Una moneda girando en los dominios del azar, que toca un poco de cosas buenas y malas, una historia confundida en la incertidumbre de existir. Un cuento que al hacer un recuento, puede contar varias anécdotas divertidas, nada particularmente trágico ni triste, con un enfoque personal proclive a lo pesimista, adquirido tal vez desde su origen o recogido en el transcurso, sin intentar hacer responsable a nada ni a nadie, sencillamente una de las tantas cosas que ignora el personaje. Un cuento que quisiera ser contado por varias voces, saborear muchas dosis de revitalizantes carcajadas, recibir una carta que le explique cómo encontrar el amor, participar entrañablemente en la historia de alguien más, bailar sin cansarse, cantar a viva voz, acumular buenos recuerdos y no temer la llegada de ese momento en que el narrador diga como si cualquier cosa: “Colorín colorado, éste cuento se ha acabado…”



viernes, 19 de octubre de 2012


Dos seres caminan unidos por una correa, uno es el “amo” y el otro es el GUÍA. En esa pareja se mezclan los olores de Eau de Cologne y “shampoo del perro agradecido”. Tres pares de “patas” husmeando con paciencia por las disparejas calles de la Ciudad; sin planearlo, pero con muchas ganas de llegar a un lugar donde se pueda deleitar uno de los sentidos más refinados, un lugar que se llama “Mercado”. Desde lejos son recibidos por aromas mezclados, que se van diferenciando conforme hombre y can se acercan; espíritus aromáticos de flores, frutas, verduras, carne fresca, también fantasmal fetidez de basura, rancia humedad en el piso, residuos amalgamados, del ir y venir interminable de millones de andares, en esos pasillos siempre poblados. Ágil e inteligente, el perro elige el mejor camino, olisqueando a diestra y siniestra, sin detenerse, los montones de desperdicios; una marchanta le arroja un trozo de carne de pollo, lo pesca al vuelo. Y el caminante paciente, distingue entre todos los aromas el del café con canela, el del atole de masa, de la masa asándose al comal, de la masa friéndose en la manteca, lo mismo que el chicharrón.
El perro huele el miedo de una niña, ladra y gruñe, pero no parece amenazante, el paseante sostiene la correa con firmeza y dice con tranquilidad:
-No tengas miedo, no muerde, es sólo su instinto adormecido que recuerda su bravura, ahora domada por el entrenamiento.
Y cuando algo así sucede, no puede evitar pensar, como es que éste animal, que es sus ojos, puede “oler el miedo”, en medio de todos los aromas perceptibles ¿es posible discriminar el tufo de una emoción, la intensidad de un sentimiento?
Han atravesado el “Mercado”, un suave olor de elote asado los acompaña algunos metros más, ahora se dirigen a la zona antigua de la Ciudad, donde huele a calles recién pavimentadas, a pintura acabada de aplicar, a perfumes “frutales” tan penetrantes que causan un poco de nausea, él piensa que el sudor es el olor de la ansiedad, del esfuerzo, de la prisa, el olor que nos empeñamos en ocultar. Humo de automotores, olor predominante en esta zona, además de otros de productos plásticos, flores artificiales perfumadas con olores dulzones, plantas de “naturaleza muerta”, ¿a qué huele la muerte, a tierra mojada? Quizás la felicidad tendrá un olor que embriaga, en contraparte la tristeza una fetidez insoportable. Quisiera bañarse en olor de inocencia, como Grenouille; un chirrido de llantas lo vuelve a la realidad, el olor a neumático quemado que deja una brusca frenada y de inmediato amenazantes gritos, la violencia huele mal.
Dejan atrás el hedor de la vida cotidiana, tan decidida a emular, sin éxito, la magnífica sencillez de la Naturaleza, tan preocupada por aparentar, tan desorientada por tener el olfato averiado, el instinto pervertido.
Su amigo advierte la cercanía del hogar y aprieta el paso, se acercan al rincón personal, con olor de orden y limpieza, donde el viejo mueble de la abuela ha perdido con los años el aroma a guayabas, adquiriendo con los días, la fragancia de la soledad.