miércoles, 31 de agosto de 2011

Un hombre sencillo, blandía un arma de paz. La hacía hablar un lenguaje de bellos sonidos. Hombre de raíces añejas y largas alas. Profeta moderno, cantaba simples verdades, aprendidas en su vida por las calles. En el laberinto su voz se escuchó, constante, como lluvia en el mes de agosto, hasta que un septiembre, en sus entrañas lo enterró. Sibarita pero humilde, amante de las tradiciones, existencia cotidiana, reflejada en sus canciones. Por naturaleza bohemio, seducía a la noche con su voz áspera y sus versos de virtuoso ingenio. Ágiles las palabras, saltaban de su boca, sabiduría y humor popular, trasciende los años su discurso de juglar. Protagonista en el proscenio del fin de milenio, compartió sin recelo lo más selecto de su intelecto. Una mañana, La Tierra se desperezo abruptamente, sepultó sin ceremonias edificios y gente, tal vez Rodrigo aún dormía plácidamente o trovando daba la bienvenida al amanecer, pero indefenso, como muchos, falleció y por un instante supo lo que es estar al revés. Se fue a lazar quimeras con notas de guitarra, allá donde la eternidad libera y a la vez amarra.