Un hombre sencillo, blandía un arma de paz. La hacía
hablar un lenguaje de bellos sonidos. Hombre
de raíces añejas y largas alas. Profeta moderno, cantaba simples verdades, aprendidas
en su vida por las calles. En el laberinto su voz se escuchó, constante, como
lluvia en el mes de agosto, hasta que un septiembre, en sus entrañas lo
enterró. Sibarita pero humilde, amante de las tradiciones, existencia
cotidiana, reflejada en sus canciones. Por naturaleza bohemio, seducía a la
noche con su voz áspera y sus versos de virtuoso ingenio. Ágiles las palabras,
saltaban de su boca, sabiduría y humor popular, trasciende los años su discurso
de juglar. Protagonista en el proscenio del fin de milenio, compartió sin
recelo lo más selecto de su intelecto. Una mañana, La Tierra se desperezo
abruptamente, sepultó sin ceremonias edificios y gente, tal vez Rodrigo aún dormía
plácidamente o trovando daba la bienvenida al amanecer, pero indefenso, como
muchos, falleció y por un instante supo lo que es estar al revés. Se fue a
lazar quimeras con notas de guitarra, allá donde la eternidad libera y a la vez
amarra.