Junto los fragmentos de una historia desconocida,
sin forma o principio, por lo tanto carente de final y contenido, poco a poco,
en mi imaginación, va tomando sentido. Esculpo la idea, coloreo con palabras,
le doy ritmo a las frases, el texto empieza a vivir. Asoma, crece, se apropia
de substantivos y adjetivos necesarios para llegar a ser, prácticamente se me
escapa de las manos. Lo acomodo con esmero, arreglo y corrijo, le agrego, lo
extiendo, suprimo, espero no mutilar su espontánea concepción, sujeta a la
deliberación, mezcla de esfuerzo e inspiración. Lo veo, releo, me cuestiono,
siento que corre en mis fantasías y recuerdos, se enlaza con todas las cosas
que soy, se transforma en palabras, aunque a veces no parezca tener contexto.
Habla por si solo al leerlo, algo, que no es secreto, le dice a ojos atentos;
algo que resurgirá en otros momentos, en la intimidad personal de aquellos que
juntan fragmentos.