jueves, 30 de junio de 2011


Una casita en el camposanto, a ras de tierra. Desnudo como el viento. Ligero, sin sentimientos ni deseos. La cabeza en los pies. Empezando por el final. Correr, olvidando que hay oportunidades imposibles de esquivar. Un lugar para siempre. Lluvia, lágrimas, lodo, en eso acaba todo; sol, polvo frío, en un camino a ratos vacío, a ratos poblado de rezos y lamentos que rondan el desvarío. Ojos cerrados para no ver la oscuridad. Novenario y el dolor aminora. Una imagen de juventud perenne. Invisible cristal de la eternidad separando multitudes. Cruces sobre el terreno enjuto. Palabras mudas sobre el ejército de cruces, nombres apagados, paréntesis en el infinito. Una cajita para los huesos y la prisa; la indecisión se acabó. Se va regando entre pasos lentos la ceniza, sube a las manos, llega a la vista cansada y perdida. Punto y aparte, sigue la vida. Amén, Arturo, amén.