lunes, 9 de mayo de 2011

Cuando todo parece marchar sobre ruedas, en medio del tumulto naciente, sordo y sórdido, cuando la silenciosa soledad del amanecer es la más fiel y placentera compañera, surge súbitamente un inconveniente, verdaderamente detestable, desestabilizando la débil alegría, nublando el primitivo entendimiento, estalla ruidosamente hasta vaciar esos aires de débil arrogancia.
Pero el instinto no sabe de límites, puede seguir al sol si necesita luz o encuentra un camino cuando debe seguir andando.
Se va la noche, lentamente, a dormir al otro lado del mundo, la claridad a cada segundo le va ganando terreno, bien sabido es que el giro no se detiene.
Dentro del enorme giro inicio la media vuelta, sonriendo y entusiasmado, a ratos también maldigo, pero me animo aunque cueste trabajo, aligera la carga pensar que de regreso será cuesta abajo. Voy conociendo el camino, luego lo olvido confundido por el ruido en el circuito ininterrumpido, motores, ladridos, gritos perdidos nutriendo el sonido.
Pero no todos los giros menores comienzan temprano; en la espero dormito pensando que todo es en vano. Mientras tanto el vigilante es hostil con el visitante desafortunado que pisa su cubil.
Después de varias vueltas, la rotación reintegra a la acción al engrane viejo y desdentado, el menos buscado; vuelve urgido al punto de partida.
Pocas ganas y menos tiempo le restan, para revolverse entre lo que queda.
Luego de varios pequeños ciclos fallidos, la suerte le muestra, otra vez, la misma cara de la moneda.