martes, 15 de marzo de 2011

Dos filos forjados al mismo temple no se mellan.
Al separarse la luz de la oscuridad, nacieron todos los opuestos, parejas indivisibles que no pueden sobrevivir sin contraparte. No existe sol inagotable, tampoco noche perpetua. Algunos elementos son concebidos para dañar, a otros se les encomienda reparar. Todo se compensa en las situaciones, relaciones y emociones, es decisión particular habituarse a alguno de los extremos del binomio. Navegar plácidamente a ciegas, sin guía ni meta o tropezar continuamente, desorientado en senda iluminada. Pasar de exaltada alegría a desgarradora tristeza. Acumular bienes mundanos, acogidos por un espíritu empobrecido, enajenarse con fútiles artilugios, siendo incapaz de maravillarse observando insectos. Soberbia violenta humilla a la inocencia, se envilece a la pureza. También las estrellas, por su lejanía, se antojan insignificantes. Grandiosas obras colectivas, corrompidas por individualismos egocéntricos perversos, al mando de hordas deleznables, maleables e ignorantes. Aún en la más titánica montaña existen grietas. Los matices amplían la frontera, la noche no hiere a la luz al apagarse el día, ni esta lacera las tinieblas en cada nuevo amanecer; aunque como tema de leyenda, es una gran idea.

Un árbol se deshoja, reverdece, se robustece, sus anillos se multiplican, durante extensas eras provee, esparciendo vida a su alrededor; ni los más violentos temporales logran derribar al incólume titán, resiste los embates de los elementos, haciéndose más fuerte gracias a ellos; como un iceberg, su grandeza se mide desde la entraña misma que lo acoge, en el inicio de su ciclo vital, siendo apenas un débil brote, pasando por la consolidación de su cuerpo, afianzándose, irguiéndose lentamente, desafiante, hasta ser una colosal muralla natural, alargando su existencia dentro de ese concepto llamado tiempo.

Una hembra quelonio surca los mares de ida y vuelta, su carga genética le señala la ruta a seguir, para cumplir los ciclos inalterables desde el principio de su vida. En extensas playas, antes vírgenes, desova con dolor el producto de donde saldrá su numerosa prole, reanudando el intento interminable por la supervivencia; centenaria costumbre aprehendida en algún incierto comienzo, ir y venir, adaptándose impertérrita a los cambios bruscos y sutiles, sorteando entre depredadores de mar y tierra, numerosas etapas se graban en su armadura majestuosa, detalles asombrosos animados en una forma prodigiosa, acompañando el ritmo incansable de las vueltas del planeta.

Admirando los peculiares ritos de las fabulosas especies que pueblan esta Tierra, contando a la diminuta mantis, despiadada pero benéfica, pasando por el incomprensible tránsito del salmón, hasta encontrar ballenas pariendo dentro del mar. Millones de vidas relacionadas, con sus labores bien definidas, cumpliendo sus períodos, naciendo y muriendo, equilibrando, sobrellevando dolorosamente la necia intervención del ser humano, sin sentido. Vida contenida en un gigantesco ser vivo que se estremece continuamente, escupe sus entrañas violentamente, se contrae, cambiando su fisonomía lentamente.
Pero pienso que si el camino tuviera conciencia, sentiría la impotencia de no poder andar. Y si a una manecilla le concedieran libertad, trastornaría la falacia de medir el tiempo, aún encerrada en un sinfín de costumbres inexactas.

Sólo el vacío que nos contiene es absoluto.