martes, 7 de septiembre de 2010

Quique fue un niño; falleció a los 14 años, pero si lo veías parecía de 8, flaco con el pellejo pegado a los huesos, pelirrojo, pecoso; se le iba la cabeza para todos lados, sólo podía estar sentado o acostado; era un triunfo lograr darle algo de alimento, pero se daba a querer, te contagiaba su risa (la que podías provocar alargando las erres en la terminación de las palabras) y así te dabas cuenta de que -aunque lo parecía- no era un muñeco. Él era un niño con parálisis cerebral, producto de casi morir ahogado en una cisterna a los 4 ó 5 años. Nunca supe si se daba cuenta de las cosas... lo extraño.

A Quique, el pecoso:

Tendido en una cama del sanatorio, donde no sabían como cuidarte, eras una calamidad para las enfermeras, tus padres desesperados por tu nula respuesta, turnándose las guardias, angustiados porque las exigencias del trabajo les impedían estar más tiempo contigo; tu familia en vilo, esperando lo peor.
Te fuiste una tarde cuando el sol en lo más alto estaba, quizá por eso me estremeció un repentino frío, mientras paseaba distraído. No había sabido nada de ti en varios días, tu salud siempre fue precaria. En esos momentos me sentía dividido, con el corazón puesto en un objetivo y la mente pendiente de tu destino.¿Cerraste tus ojos suspirando levemente?

Con ese último soplo me privaste de tu luz.

Supe que mis brazos no te sostendrían nunca más.
Te agrandaste al partir, tu ausencia me hizo sentir inmensamente triste.
Postrer bendición, besar tu frente fría, como metal, sin vida; tus ojos claros, cerrados, yo sé que me reconocían, en vida.
Un torrente de lágrimas regó tu camino hacia Dios, las mismas que florecerán los recuerdos, en el jardín de la memoria, donde vivirás hasta mi muerte.
Probablemente habrá ocasión para volver a verte, conocer el sonido de tu voz, ya no tendré que cargarte, los dos flotaremos, sin edad, sin penas.
Por ahora, cuando me acuerdo de ti, se proyecta en mi mente tu rostro infantil, tu cuerpecito esmirriado y lánguido; no eras nada mío, según las leyes arcaicas que rigen a la humanidad, pero te quise y te atendí, con afecto, cuidadosamente, lo mejor posible dentro de mis limitaciones.
Resultan insuficientes las palabras, el nudo en la garganta las moja, las retiene, al considerarlas son vanas; prefiero repasar las imágenes mentales y encontrarte sonriendo al evocarte.
Te sigo añorando Flaquito, ya nos veremos después.