lunes, 14 de junio de 2010

La verde alfombra mágica, ardía y humeaba. Mi cuerpo, tendido en ella, conscientemente fue perdiendo el control mientras flotaba.  mi pulso unido al cosmos palpitaba; un tropel desaforado se abría paso desde las entrañas. Fui el centro, me sentí inmenso, del fondo de un volcán brote con la lava, un grano de arena, al mismo momento, gigantesca galaxia.
Subía la marea, la noche llegaba, locos con lobos, aullando danzaban.
Me lancé desde un acantilado, en el momento más álgido de dantesca tempestad.
Los sonidos reverberaban haciendo rebotar la luz, mezclándose entre si, volviéndose una forma solida que cortaba como viento de montaña; fragmentado en minúsculas partículas viaje unido al aire, hasta un límite desconocido. Ningún elemento estaba estático, el centro exploto cubriendo todo, pero la expansión regresaba contrarrestando la fuerza del estallido; al combinarse, los componentes perdían su aspecto original, volviendo a consolidarse en formas cambiantes. Paradójicamente, la desintegración es unión.
Me sentí incompleto, me intimidó la noche; siguiendo el curso de una repetición infinita, fui reuniendo mis dispersas partes hasta encontrar el delirio.
 Bajo la marea, el sol se ensañaba, domando las crestas llegó la resaca, trayendo cierta calma.
De arena revuelta se levantó mi alma extraviada.