lunes, 8 de marzo de 2010

Probablemente no es el momento idóneo, las imágenes alteran mis pensamientos. Contengo las lágrimas; palabras rabiosas y desalentadoras, se anudan en mi garganta. Pero va a llegar el tiempo de emprenderla contra los asesinos de esperanzas, arrojarles el fuego que arde a mis espaldas, soltar el nudo de la resignación, darle curso a la ira. Dejar la sal caer por mis mejillas, desatar esta irracional bestia, apagar insulsas risas, derribar la indiferencia, arrojar la semilla en las conciencias, sin temer cosecha de funestas consecuencias. Comulgar con la violencia. No hay otra vía, este camino no ofrece decorosas salidas, la sangre debe ser vertida. Abolir el sufrimiento, torturar al tirano, demostrarle que es muy amargo el sabor del miedo. Salir del oscuro pasillo, tirar los muros cimentados en prejuicios, escupir el cadáver del verdugo. Detonar la revuelta colectiva, concretar la inconformidad que se revela en las tertulias. Avizoro el amanecer de un porvenir idílico, el mañana en que se derroque a la mentira, rebelarse contra la injusticia impositiva, aporrear la contumaz pasividad del capataz retrograda. Aventar la primera piedra, a pesar de que mis propios pecados me lapidan. Regresar de la noche, sin pesadillas en la memoria, las heridas bien sanadas, los difuntos seremos ángeles de la guarda, las misas se dirán por fiestas. Trascender, mas seguir siendo humildes servidores, ejecutando en las sombras. Allanar el camino hacia la gloria, ser obrero, compañero solidario, anónimo conspicuo.